Estoy sentada sobre pétalos de flores. Sé que él está a mi lado. Mis pies cuelgan en la nada, observo el universo con calma y serenidad. Agradezco su compañía y me lleno de plenitud. No hay nada más que mi presencia y la suya en este instante. Sigo observando mis pensamientos y me olvido de lo que todos creen, “Estamos solos y hay un gran vacío a nuestro alrededor”.  Yo estoy a salvo, confiada y segura. Sé quién me sostiene y en quien confío. No me caeré, seguiré disfrutando de nuestro momento, unidos, cómplices, amigos, hermanos, padre e hija.

Me dispongo a dormir extasiada por este encuentro,  mis ojos, a través de los suyos,  no han visto más que un espacio abundante, dimensión infinita, con poca luz, pero mi alma iluminada abraza mi ser y lo cobija, y él nos cubre con su calidez. Todo su  brillo ha estado en mí, siempre. Mis ruidos, mis prisas, mis quejas, en fin, esos mantos que lo cubrían todo, se han ido, junto a todas esas voces que no se callaban.

Su silencio bonito me acompaña. Puedo reposar tranquila amando todo lo que viene de mí. Todo en mi es benigno, bondad, amor puro y divino. No se trata de ver, o parecer, el sentido a mi vida se lo da el ser, soy lo que soy y me amo.

Soy la montaña que extiende sus cordilleras y lo abraza todo a su alrededor.

Soy el cielo basto, extenso,  que me cubre.

Soy las nubes que se besan a diario.

 Soy el ave que todo lo sobrevuela.

Soy el aire que me da vida.

Soy ese ser que cuelga en el total de las posibilidades y está a salvo, amoroso y sano.

Soy una chispa del amor divino.