Una mañana calurosa del mes de abril apareció en nuestra terraza un periquito, al parecer se había chocado con el ventanal de vidrio. Estaba cabizbajo, se veía agotado y débil. Fue lo que me contó Vanessa, la asistente de nuestro hogar, cuando entusiasmada vino a mostrármelo. Lo pusimos en una jaula y lo alimentamos, le dimos agua, en pocos minutos estaba mucho mejor, cantaba y se paseaba con energía por su morada temporal. Yo sabía que era el momento de liberarlo, pero decidí esperar hasta que mis hijos llegaran de la escuela para que lo vieran. Mientras eso sucedía le puse nombre, Rafita, pues era jueves, el día del Arcángel Rafael, y además tenía su color verde intenso.
Mis hijos al verlo quedaron extrañados, ¿de dónde había salido? Hasta llegaron a pensar que lo había comprado y sería nuestra nueva mascota. Les conté la historia de cómo había aparecido. Ese día se quedó en casa, decidí esperar y dar tiempo a ver si aparecieran sus amigos, pues recordé que en la mañana había visto en la terraza del vecino varios pericos revoloteando y cantando, de seguro eran sus compañeros, y si era así, regresarían a buscarlo.
Efectivamente al día siguiente los pericos regresaron, y se posaron en la misma planta en donde los había visto el día anterior, enseguida llamé a Vanessa para que trajera a Rafita, era el momento de liberarlo. A ella no le gustaba esa idea, ya estaba encariñada con el pajarito, pero sabía que era lo mejor.
Lo soltamos, al principio parecía que no podía volar, sus amigos lo llamaban con su cotorreo, y de repente voló alto y se fue. Lo extraño fue que lo hizo lejos de los otros pericos. Nos quedamos un rato viendo la ruta de su vuelo hasta que lo perdimos de vista. Vanessa suspiró al ver que su amiguito Rafita se alejaba.
Continuará……jajaja