INTÉNTALO, NO TE QUEDES CON LAS GANAS.
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15 noviembre, 2024
Nuestro día empezó temprano. Salimos en la madrugada de Londres hacía Barcelona. Había mucha gente en migración, tuvimos que correr para alcanzar nuestro vuelo. En el aeropuerto nos estaban esperando para llevarnos directo al Circuito de Montmeló F1. La tarde estuvo cargada de adrenalina. Al culminar la clasificación llamamos al chofer, pero no lográbamos encontrar su ubicación entre tanta gente. El circuito era inmenso, con muchas salidas, nos perdimos, dimos varias vueltas hasta que finalmente llegamos hasta donde estaba estacionado. Quedamos agotados, en el trayecto hacia el apartamento íbamos en silencio.
Habíamos tenido un día excitante en el circuito, pero intenso. Estábamos cansados, sin ganas de caminar y con hambre. Queríamos cenar en un lugar cerca de nuestro hospedaje.
Bajamos, y preguntamos en el primer restaurante que encontramos, éramos ocho. No muy amables nos dijeron que no había espacio, en todo caso solo podían acomodar a seis. Mi esposo empezó a buscar opciones en Google Maps. Me adelanté unos pasos, y les dije que mi intuición me decía que encontraríamos algo bueno. Así fue.
Entramos a Bar Thonet Grill Romm fuimos recibidos por Ezequiel. El restaurante estaba lleno, pero con entusiasmo nos fue acomodando en la barra mientras se desocupaba una mesa. Al notar que demoraba, pidió que nos prepararan un lugar en el segundo piso. El caballero nos trató con amabilidad. Nos brindó cañas (cerveza) y aceitunas, de cortesía. Nos sentimos acogidos de inmediato. Mientras conversábamos y brindábamos mostró interés por conocer nuestra nacionalidad, orgullosamente panameños empezamos a hablar de nuestras bondades.
Cuando la mesa estuvo lista nos invitó a subir. La decoración del local estaba espectacular, un cuadro de época con una mujer junto a una niña contemplando el mar y un niño cobijado en su regazo cautivó mi atención. Sentí que esa era yo, en otro tiempo, en otra vida, con mi hija contemplando el atardecer. ¿Y el niño? No sabía quién era, pero en la mesa nos acompañaba un pequeño sabio, un almita vieja como le dice su mamá, un encanto de personita, el mejor compañero de viaje.
Comimos la recomendación de la casa, el rabo de toro, fue el plato ganador, estaba exquisito, bebimos y brindamos más de una vez. No sé si fueron las cañas, el vermut, el vino, o los chupitos, o la suma de todos los cuerpos, nos pasamos de alegría y eso está bien cuando el ambiente y la compañía es la mejor. Viajar con amigos y en familia es una experiencia enriquecedora.
Mi amiga y yo no parábamos de reír. Nos pusimos a filosofar sobre la vida y lo que realmente importa, nuestros hijos nos miraban risueños, yo les decía que somos momentos, y que vale la pena vivirlos con entusiasmo.
Todos nos despedimos de Ezequiel y de los meseros con besos y abrazos, prometiendo regresar, como si nos conociéramos desde siempre. Aunque parezca raro, al día siguiente cumplimos nuestra promesa, volvimos, el rabo de toro volvió a ganar. Se los recomiendo si algún día visitan este restaurante.
De regreso al apartamento, el cansancio se perdió entre la noche y las callejuelas del Barrio Gótico. Subimos las escaleras y nos pesaba el cuerpo de tanto reírnos, hacíamos pausas, solo para seguir riendo. Sin duda fue una noche para la historia en la bella Barcelona.