UNA NOCHE PARA LA HISTORIA EN BARCELONA
19 septiembre, 2024
Este artículo es algo extenso, pero sí que vale la pena. Les contaré mi experiencia con las Auroras Boreales en el viaje que hicimos a Noruega junto a una querida pareja de amigos. Los primeros dos días la pasamos en Stavanger, una ciudad bonita, la puerta de entrada a los fiordos noruegos. El siguiente destino fue el Archipiélago de Lofoten, para llegar tuvimos que tomar tres vuelos Stavanger-Oslo-Bodo-Leknes. Este último trayecto fue toda una experiencia. El avión era pequeño, de hélice, pero cómodo y seguro. Sobrevolar las montañas cubiertas de nieve fue mágico, 30 minutos, apenas nos dio tiempo para suspirar.
Aterrizamos en Leknes, Lofoten a las 4:30 pm caía una leve nevada. El aeropuerto era pequeño, en el mismo sitio recogimos los autos de alquiler y nos dirigimos a nuestro hospedaje ubicado en Sørvågen, Lofoten, un pintoresco pueblo de pescadores. El recorrido fue lo más parecido a entrar en un cuento, de una belleza inigualable, majestuosas montañas y lagos. Empezaba a oscurecer, en esta época los días son cortos y las noches largas. Hicimos una parada estratégica para hacer compras en Coop Prix y cenamos en Tapperiet Bistro restaurante ubicado en el centro de Reine, nos quedaba en el paso. El local, hermoso y cálido. Cenamos y brindamos por nuestra estadía, el mayor anhelo del grupo era apreciar las auroras boreales.
Una vez ubicamos el hospedaje, The Magic View of Lofoten, nos instalamos. La casa era cómoda, cálida, decoración moderna y de buen gusto, ventanales de vidrio para no perderse ningún detalle de afuera. Esa misma noche recibimos la visita de Tobías el joven que sería nuestro guía. Tuvo la gentiliza de acercarse para conocernos.
Nos sucedió algo curioso, desde Stavanger, resulta que en Noruega la venta de licor está bastante restringida. No venden vino en el supermercado, solo se puede pedir en los restaurantes, y existen lugares y horarios específicos para la venta. Nos informaron que en Leknes había una tienda, pero nos quedaba lejos del hospedaje.
Amaneció, una espesa niebla cubría el entorno, llovía y hacía frío. Aun así, el paisaje era precioso. La cabaña es un poema, pensé mientras la contemplaba, está sentada sobre las imponentes rocas, con vistas al mar, al pueblo y a las montañas vestidas de blanco. Los días se pintaban grises y lluviosos, no muy usual para la época, primeros días de noviembre, eran pocas las posibilidades de ver auroras, pero teníamos la esperanza que el clima mejorara.
Salimos de paseo con nuestro guía. Nuestros amigos de viaje prefirieron quedarse en casa y descansar, el cambio de horario y clima los tenía un poco tropezados. El guía nos llevó a diferentes pueblitos que bordeaban la isla, a pesar del clima, los paisajes lucían increíbles cubiertos de nieve. Montañas, lagos, casitas de colores, verdaderas obras de arte. En el trayecto hicimos varias paradas para tomar fotos, Tobías conocía los mejores spots. Pasamos por Å, Hamnøy, y otros lugares que no recuerdo el nombre, con playas y vistas paradisíacas. En algunos sitios observé que las mujeres tejían, seguramente para entretenerse y usar sus creaciones, en Noruega hace frio.
Después del medio día nos detuvimos a comer en un lugar donde servían un buffet de cinnamon, salados y dulces. Regresamos a la casa a las 5:00 pm aunque parecía que fueran más de las 10:00pm, completamente oscuro. Nuestros amigos estaban relajados, habían dormido y disfrutado de las bondades de la cabaña y de la preciosa vista del lugar.
Preparamos una cena sencilla con los productos precocidos que adquirimos en el supermercado. Bacalao con papas y tomates, puerco para deshilachar, cervezas y pan. Invitamos a nuestro guía el joven noruego que nos recomendó un amigo. El chico es amable, habla inglés y noruego, a simple vista un alma noble y amigable.
Nuestras expectativas de ver auroras no estaban altas, el clima estuvo nublado todo el día y no había buen pronóstico para la noche. De algún modo nos estábamos resignando. Mi amiga y yo estábamos en la cocina, y mi esposo nos leyó un artículo donde un viajero narraba la historia desde el mismo lugar donde estábamos hospedados. Era nuestra historia. Decía que después de un largo paseo, llegaron cansados, el día estuvo nublado, salieron a ver el cielo y había nubes densas, no podrían ver las auroras, pero pasó una hora y todo se fue despejando y al final tuvieron la mejor noche de sus vidas, pudieron apreciarlas.
Estaba sucediendo lo mismo en nuestro caso, las nubes se marchaban. Entonces es posible verlas esta noche, dijimos. Brindamos y nos llenamos de ilusión y esperanza.
PRIMER ENCUENTRO
Después de la cena salimos con el guía a un área cercana a un punto menos luminoso. Caminamos por el sendero oscuro que habíamos recorrido en la mañana, llevamos linterna. Él miró al cielo y dijo, veo una. Todos miramos y solo vimos una ráfaga clara, tipo nubecita. Él sacó el celular apuntó al firmamento y un color verde apareció. ¿cómo no podemos verlo? Había leído, y una amiga me había comentado que el ojo humano no podía captarlas por completo, porque no está preparado para ver en la oscuridad, pero yo creía que al menos vería algunos colores.
Nos fuimos emocionando al ver las fotos que nos tomábamos, parecía irreal. Cerré mis ojos por un rato, y cuando los abrí, logré ver algo distinto, un tenue color verdoso oscuro, mínimo, pero era real. Las nubes aparecieron y decidimos regresar a la cabaña, y empezamos a monitorear en las aplicaciones que habíamos descargado. (Auroras, AuroraAlerts) Las posibilidades aumentaban, el cielo se despejó y aparecieron las estrellas. Salimos al jardín. Un reflejo inusual como luz de luna iluminaba el espacio. Miramos al cielo y aquel primer destello transparente e incandescente se movía en lo alto. Estábamos eufóricos. Eran ellas, ahí estaban incoloras, abundantes sobre nuestras cabezas y en el horizonte, estábamos rodeados, invadidos con su presencia mística y misteriosa. Los destellos de colores danzaban juguetones sobre nosotros. Después de un rato, empecé a distinguir un color tenue en aquellas ráfagas, doncellas tímidas que no se permitían desnudar sus encantos, se insinuaban por segundos y volvían a esconderse en los mantos de la noche nórdica. Mi hijo y yo logramos ver un fuerte centelleo, como unos rayos, gritamos, apuntamos con el celular y la luminosidad verde intensa aparecía en las fotos. El frio no importó, todos posamos felices y radiantes para capturar el momento. Mis hijos disfrutaron al máximo la experiencia. Mi hijo quiso quitarse la camisa y posar mostrando sus músculos. Fue una noche mágica que atesoraré en mi corazón por siempre. Entendí que se trataba de sentir con intensidad más allá de lo que nos mostraba la realidad visual.
Sin cámaras profesionales logramos captar imágenes majestuosas. Nos quedamos un buen tiempo contemplando el cielo, seguían danzando una más atrevidas que otras. Una experiencia que no es posible explicar con facilidad. Tienes que vivirlo para entenderlo. No hubo colores intensos como se muestran en las fotos, pero los tonos son reales, su energía y la presencia que sentimos en cada poro lo certifican. Es como si la piel tuviera un sensor. No es ver con los ojos, sino a través de ellos, es mucho más profundo e intenso. Es despertar el alma y todos los sentidos a aquello que está y que no podemos ver. Cuando nos entregamos al momento, nuestra visión cambia y nos regala segundos muy tenues de colores. Alzas la mirada y sabes exactamente dónde están, lees la intensidad de su luminosidad, y el celular solo comprueba que estás en lo cierto, porque las imágenes no mienten.
A los dos días nos trasladamos a Breim, Ballstad localidad pesquera. El apartamento cómodo y acogedor para el grupo. También tuvimos la visita de las auroras, a pesar de que el área estaba bastante iluminada. Pudimos hacer muchas lindas fotos, yo las podía reconocer sin problemas, literal, me hice amiga de ellas. ¡Qué linda experiencia!
Dicen que hay que cazarlas, sumergirse en las entrañas de la noche y el frío de las montañas para lograr un encuentro, pero en nuestro caso no fue así, ellas vinieron a nosotros, visitantes del trópico que felices nos deleitamos con sus bailes nocturnos.
Todos estábamos felices y emocionados, pero debo confesar que esto lo cuento desde mi experiencia, tal cual lo viví y lo sentí.