LAS NUEVE REVELACIONES
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Uno de estos días fui al PriceSmart y había una presentación. Me detuve y me quedé un rato, encantada, viendo las actuaciones. Una señora se acercó para darme las gracias, era la directora, venían de una escuela pública, cinco niñas mostrando sus talentos.
Mientras hacía las compras podía escuchar que una vocecita potente recitaba, tenía ganas de ir corriendo a verla, pero estaba apurada porque estamos en diciembre y es una época en la que el tiempo se nos escurre entre los dedos. Aun así, cuando me dirigía a pagar, nuevamente, me detuve, esta vez una niña leía un cuento con mucho entusiasmo. Me atrapó, ya conocen mi debilidad por las letras y sus encantos. Leía como si un gran público la estuviera viendo cuando en realidad la mayoría de las personas pasaban de largo, y sin darse cuenta, se perdían de un gran evento, la belleza de la vida.
Cuando terminó la presentación me acerqué para felicitarlas a todas, eran unas verdaderas artistas y habían alegrado mi mañana de compras con sus talentos. Las incentivé a seguir a adelante, a hacerlo desde el corazón como en ese momento. La cara de felicidad, sus ojos brillantes y la sonrisa de las niñas me llegó al alma.
La directora de la escuela me felicitó y pidió un aplauso para mí. Las niñas y sus acompañantes me aplaudieron con emoción y alegría. La directora me dio un abrazo de agradecimiento. Ahí estaba yo rodeada por la alegría de unas pequeñas desconocidas. Me sentí dichosa y agradecida con Dios por momentos como éste. ¡Tenemos tanto que dar a los demás! Sentí una necesidad de retribuirles semejante regalo, intercambié teléfono con la directora para visitarlas en algún momento y llevarles unos obsequios. Me subí a mi auto y no pude contener la emoción, lloré de alegría.
Al día siguiente fui a la escuela con mi hija a hacer entrega de unos regalitos, chocolates y libros para las participantes. No pude verlas a todas, ya se habían retirado, solo estaba una niña de cinco años, que al verme me abrazó, y recitó para nosotras una poesía hermosa alusiva a las madres, cada palabra que decía, cada gesto le salía del alma, no pude contener mis lágrimas. Mi hija también se emocionó, me dijo que nunca ninguno de sus compañeros, ni ella misma, habían recitado una poesía con tanto sentimiento.
Esa niña tenía magia, su carita, su sonrisa, nos cautivaron. La cargué, la abracé y la felicité, ella me dio otro gran abrazo y me dijo “Te amo” con tanto amor y ternura que se me encogió el corazón. Le entregué su regalito y se puso feliz, salió corriendo a decirles a sus amiguitos. No tenía idea que el verdadero regalo era ella que con su inocencia y humildad nos entregó tanto y sin envolturas en un solo abrazo.
Salí de la escuela feliz y agradecida con Dios por poner en mi camino personas tan maravillosas, ¡qué gran bendición es poder intercambiar felicidad!
Que gran bendición es tener una directora como la profesora Mireya que cree e incentiva a sus estudiantes a dar lo mejor cada día.
Al llegar a casa mi hija no paraba de contar el gran momento que habíamos pasado en la escuela, y lo encantadora que fue Amalia, ese es el nombre de la pequeña con luz propia, nuestro regalo inesperado.