Una mañana iba con con mis hijos en el auto camino a la escuela, había bastante tráfico, estábamos detenidos, alcé la mirada y vi un pajarito rojo, hermoso, posado en un cable eléctrico. Me sorprendí gratamente, pues no era común ver esa especie en la ciudad. Tan pequeño y delicado, me alegró la mañana y me sacó una sonrisa.
Gracias a él recordé que hacía unos días mi hijo me había dicho que necesitaba un traje para una actividad en la escuela. Harían un baile Congo y a él le correspondía el personaje del parajito. Habíamos buscado en internet y teníamos claro que vestimenta debía utilizar. De inmediato le pregunté a mis hermanas que viven en el interior, pero no pudieron ayudarme. Al parecer este tipo de traje se mandaba a hacer con bastante tiempo de antelación y sólo faltaban tres semanas para el evento.
Al regresar a casa busqué el contacto de una señora que vendía artesanías y ropa folclórica, la llamé, no tenía nada. Me recomendó que fuera a Avenida B, a ver si conseguía algo, pero tenía entendido que ya no los estaban haciendo. No sé si sería cierto. De todos modos descarté esa opción, preferí ir al centro comercial El Dorado, antes de pandemia había un establecimiento que vendía todo tipo de trajes típicos. No fue sorpresa ver que la tienda ya no existía, ahora decía, se alquila. Entré a Gran Morrison para ver si por casualidad tenían algo, pero no encontré nada. Ya había pasado frente a Los Tejidos y me había fijado en el colorido de las telas, estaba decidida, sino encontraba nada, yo misma lo haría, al menos tenía la idea de cómo hacerlo. Y fue lo que hice.
Entré al local, y le mostré a la joven el traje que quería hacer y ella me orientó en todo. Me dio varias opciones. Mientras estábamos viendo la variedad de telas, una colaboradora se acercó a la que supongo era la supervisora. Le indicó que una señora (que ellas conocían por su nombre) yo no lo recuerdo, deseaba hacer un abono para separar una mercancía. La supervisora le respondió que la señora ya tenía otro abono. Igual lo autorizó, solo que la colaboradora le dijo que el abono sería de 2.00. Me pareció tan poco, y me pregunté cuánto sería el total, y cuánto tiempo le tomaría cancelarlo. La supervisora dudó, pero finalmente dio su aprobación.
Cuando yo iba a cancelar las telas que había escogido, justo estaba la señora recibiendo el recibo de su abono. La cajera la invitó a ver la mercancía recién llegada. La señora no quería más tentaciones, eso dijo, pero igual, me miró, y comentó, quién sabe y me gane la lotería y me las pueda comprar, así que voy a “vidajeanar” de todos modos. Y se fue a verlas.
Me entró curiosidad por conocer los detalles de ese abono. Le pregunté a las cajeras sobre esa tela, y el precio. Me indicaron donde estaba, pensado que yo estaba interesada en la misma. Yo no la quería comprar, yo solo quería pagar el saldo de la señora. Así que les pregunté, ¿Cuánto es el monto por esa tela?, lo voy cancelar, les dije.
Les pedí que no le dijeran nada hasta que yo hubiese salido del local. Ellas se pusieron felices, al final solo debía pagar 3.00 con algunos centavos, porque la señora ya había abonado 2.00. Me faltaban esos centavos, y la cajera entusiasmada dijo que ella los ponía. De alguna manera le había contagiado el espíritu de dar. Me dieron las gracias y me bendijeron.
Esa mañana nos alegramos mutuamente y todo lo desencadenó el pequeño pajarito rojo. Solo deseo que la señora también se haya sentido muy feliz al enterarse que una extraña había cancelado su saldo. Salí de ahí sonriendo, y pensando en lo fácil que es alegrarle la vida a alguien, no tengo duda que pequeños detalles pueden provocar enormes avalanchas de alegría.
Por cierto, el traje de pajarito para el baile Congo nos quedó muy bonito, fue un trabajo en equipo, mi hijo cortaba la tela y yo iba pegando.