A lo lejos escuchaba un golpecito, poco a poco me despertaba, se hacía más intenso el ruido. Al ir tomando conciencia supuse que una vez más el pecho amarillo se chocaba contra la ventana, como usualmente lo hacía. Parecía que no le importaba lastimarse, la razón, estaba convencido que su rival lo amenazaba, así que no tenía otra opción que atacarlo, defender su territorio, y sí eso le costaba la vida, habría muerto con valentía como todo un macho.
Resulta que toda esa batalla solo estaba en su mente, sus ojos lo traicionaban, pues estaba peleando contra él mismo, ese rival arrogante, ese usurpador no era más que su imagen reflejada en el vidrio de mi ventana.
Tantas veces lo vi estrellarse, golpearse una y otra vez; no se cansaba, era desesperante . Yo no tenía más remedio que levantarme, abrir la ventana y salvarlo. A penas notaba mi presencia se retiraba.
Las veces que lo vi hacer esto pensaba, ¿Cuántos andan por la vida peleando con ellos mismos, y con los demás, haciéndose los valientes? ¿Y sí aquello que tanto les molesta de los demás no fuera más que su propio reflejo? Para pensarlo, cierto.
El tema es que, el ruido que yo escuchaba esa mañana, aumentó al punto que me despertó por completo. Y no era ningún pecho amarillo esta vez, pero sí un macho, jajá, mi amado esposo desesperado tocando fuerte la puerta para despertarme. Quería mostrarme algo.
Me levanté algo desorientada, no me asusté porque vi su cara de emoción a través de los ventanales de la puerta, y también pude ver el motivo de tanta algarabía. Un intenso y radiante arcoíris que parecía que bajaba hasta el río, como en los cuentos.
Lo contemplé un rato, fui por mi teléfono, tomé fotos y videos, no se desvanecía, y cuando lo hizo, fui por café. Regresé, y otro inmenso arcoíris apareció, menos intenso, pero igual de hermoso y colorido, lo contemplamos mientras nos tomábamos el café. Regalos de Dios, sin duda.
Le conté a mi esposo que de niña nos decían que los arcoíris eran mágicos, bajaban a beber agua, y por eso cuando uno aparecía no podíamos estar muy cerca de los ríos, pozos o quebradas porque te absorbían y te podían llevar. Aún así jamás sentí temor, al contrario me encantaban. ¡Me encantan!
En esta ocasión lo tenía tan cerca, pero era yo quien absorbía sus colores por completo en mi memoria, lo respiraba y lo sentía. No es fácil describir con palabras la alegría que me producen los arcoíris, y claro, ahora sé hasta donde llega aquella leyenda, pero siguen siendo mágicos para mí.
Fue una mañana repleta de arcoíris (4) café y mucho agradecimiento.