Llegamos a Paris el viernes 8 de octubre en horas de la tarde, nos instalamos en el hotel y salimos a comer algo. Estábamos a solo 10 minutos caminando de la Torre Eiffel, verla de nuevo, en esta estación del año, fue mágico. ¡Resplandecía! A su alrededor la gente hacía picnic o simplemente se tiraban en la grama a disfrutar del atardecer. Le dije a mi esposo que quería hacer lo mismo, pero no estaba preparada, así que pensé en comprar una pashmina que nos sirviera de tapete. No sabía cuándo, pero de seguro lo haríamos.
Ese primer día cenamos en Le Champ de Mars, y brindamos, me tomé un Kir Royal. Luego caminamos felices hasta el Arco del Triunfo, disfrutando del clima, el ambiente y el anochecer.
El domingo temprano llegamos a la Plaza de San Miguel, y luego nos fuimos a los Jardines de Luxemburgo. El palacio, el lago, las flores me hipnotizaron con su colorido y los árboles enamoraban con sus tonos otoñales. Nos quedamos un rato contemplando y disfrutando de ese momento. Había mucha gente alrededor del lago disfrutando del sol, desayunado o simplemente tomando un café. Me tomé una foto frente a la estatua de Minerva, diosa romana de la sabiduría, tratando de imitar su pose.
Antes de salir del hotel mi esposo me confesó que su plan del día era hacer un picnic a los pies de la torre, lugar simbólico para los enamorados, para celebrar nuestro pre-aniversario. ¡Justo lo que quería, que emoción! Lo único que me pidió fue que lo hiciéramos después que viera la carrera de F1.
Él lo había planeado todo previamente para sorprenderme, trajo un tapete y una cesta en su maleta, las había comprado especialmente para la ocasión. Yo feliz, las cosas sencillas sin duda nos permiten crear momentos inolvidables. Fuimos a comprar vino, copas, queso, postres y quiché para llevar. Me sentía como una niña, emocionada.
Llegamos a la torre, buscamos un sitio donde ubicarnos. Tanta gente alrededor irradiando alegría y amor. Un sitio ícono del amor, y ahí encontramos nuestro espacio. Nos instalamos, ordenamos todo lo que llevamos sobre nuestro tapete. Un mini buffet. Sacamos las copas, brindamos. Una pareja de mexicanos que estaba cerca nos observaba, los escuché decir, ¡sí que vinieron preparados! También ellos la estaban pasando muy bien, se notaba. Pasó un buen rato. El día perfecto para mí, nosotros, el sol y una temperatura muy agradable, un frío rico. Miraba la torre, el cielo azul y a mi esposo, y solo venía a mi mente ¡Gracias Dios mío por todo!
Tomamos fotos y más fotos queriendo capturar y eternizar nuestro momento de felicidad. Yo había llevado un letrerito que decía Feliz Aniversario #17 con nuestras iniciales y unos corazones. Después de un rato me acosté para hacer estiramientos y así evitar molestias en la espalda por mantener la misma postura por tanto tiempo.
Le pregunté a mi esposo por mi teléfono, no lo vi, él lo había guardado en la cesta para que estuviera seguro. Cuando abrí la cesta me encontré una tarjeta de aniversario. Dentro tenía una bolsita de terciopelo. Tenía un anillo adentro. ¡Hermoso! Que linda sorpresa, no me esperaba un regalo, era nuestro pre-aniversario, y con estar ahí compartiendo esa tarde ya me sentía realizada. Sorprendida seguí leyendo la tarjeta, y fue cuando lo valioso y sublime del regalo se me reveló.
La historia detrás del anillo.
Unos días antes del viaje mi esposo pensó en sorprenderme y quería que fuera más que especial, se acercaba nuestro aniversario. Así que sin decirme nada planeó lo del picnic en la torre, y para que fuera aún más especial, mandó a confeccionar un anillo para entregármelo esa tarde.
El anillo tiene tres piedras, una azul en el centro que nos representa, nuestro amor, y dos a los lados que simbolizan a nuestros hijos, todos sostenidos sobre un mismo cimiento, la misma base, lo que simboliza nuestra unión y amor familiar, siempre cerca, juntos y unidos. De cada lado de la circunferencia del anillo hay siete piedras, catorce en total, que, sumadas a las tres del centro, dan un total de 17, los años de aniversario que estamos cumpliendo. En mi corazón agradecido los sietes piedras, a la derecha e izquierda del anillo representan a los siete arcángeles custodiando el gran tesoro, nuestra familia. Es más que un anillo, son los 17 años compartidos juntos como matrimonio y nuestros hijos acompañándonos. Empecé a llorar de felicidad, mi esposo también. Nos abrazamos. Fue un momento lleno de amor y agradecimiento. La obra revelaba nuestra historia de amor. Lo comparé con las pinturas que son exhibidas en los museos, que en principio te parecen hermosas, pero no muestran su verdadera belleza hasta que conoces la historia que inspiró al artista a su creación.
Las sorpresas no terminaron esa tarde otoñal en París, cerramos el día con una cena en Les Ombres un restaurante con vista a la torre. A unos minutos de llegar, sucedió algo mágico para mí, noté que mi esposo tenía algo en el bolsillo superior izquierdo de su chaqueta azul, parecía un pañuelito, era una hoja marrón pequeña que en ese preciso instante le había caído, cayó de manera perfecta y quedó ahí adornando su atuendo. Todo se da en el lugar y momento perfecto, fue lo que vino a mi mente, señales divinas.
Desde nuestra mesa, nos llamó la atención una pareja que en familia disfrutaba. Ya había visto a la joven, fue lo primero que vi, pues curiosamente teníamos la misma blusa blanca. La observé cuando entramos al restaurante, ella salía a la terraza a tomarse fotos con vista a la torre. Una vez regresó a su mesa comprobé que era la misma blusa sin duda, de Zara.
Comentamos lo parecidos que somos, esa pareja éramos nosotros hacía un par de años . Dos hijos pequeños, una niña y un niño. El caballero vestía muy parecido a mi esposo, una chaqueta azul. Ya estábamos conectados de alguna manera con esa pareja. Lo que realmente nos sorprendió fue darnos cuenta que ellos también estaban celebrando su aniversario. Le llevaron cuatro postres con sus respectivas velitas, y les dijeron feliz aniversario en familia. Sin duda somos uno en este universo.
La cena estuvo deliciosa y curiosamente tenían nuestra campaña favorita, Ruinart blanc de blanc , brindamos por los 17 años de amor y los que están por venir, felices y bendecidos en el nombre de Dios.
Regresamos felices al hotel, ya eran casi las diez de la noche, y en la recepción nos informaron que nos habían hecho upgrade. Recogimos nuestras cosas y nos mudamos a una habitación deluxe, mucho más amplia y cómoda. Me asomé por la ventana y vi la Torre Eiffel, iluminada, y una vez más di gracias a Dios y a sus ángeles mensajeros de amor y buenas noticias por el día tan maravilloso, especial e inolvidable de pre-aniversario #17 que pasamos en la ciudad del amor y la luz, Paris.