Domingo 30 de mayo de 2021.
Me levanté a las 6:00 a.m. Mi hijo tenía partido de fútbol a las 8:00 a.m, nos les fue nada bien, los golearon. Es bueno pensar que ganaron experiencia pues el equipo contrario estaba a otro nivel. Apenas terminó el partido, salimos para nuestra casa en la montaña. Paramos a comer en el camino, tráfico despejado, llegamos casi al medio día. El día estaba hermoso, sol de verano. Nos instalamos y el clima cambió. Empezó a llover fuerte. ¡Que delicia, amo la lluvia! No pude resistir la tentación de meterme debajo del chorro de agua que caía del techo, mi corazón de niña no se pudo contener. Solo unos minutos bastaron para mojarme por completo, a eso le llamo felicidad instantánea. El agua estaba helada, y me dio frio enseguida. Me cambie, no quería resfriarme, menos en estos tiempos de pandemia que estamos viviendo. En casa el lema es, todo es Covid hasta que se demuestre lo contario, no hay de otra.
Me provocó encender el horno, tipo chimenea, que tenemos en la terraza. Encender el fuego es mi especialidad. Mi esposo al verme con un machete cortando un pedazo de madera, leña, quiso ayudarme, empecé a molestarlo. ¡Me parece que te va mejor con el bisturí! Reímos.
Me encantan los asados, y todo el proceso que estos involucran. Saqué un buen corte de carne y un par de chorizos. Mientras preparaba la cena, escuchaba música de Jerry Rivera, cantaba y tiraba mis pasos, mi esposo que me acompañaba abrió una botella de champaña, brindamos, mientras la lluvia seguía cayendo paralelamente las llamas se avivaban. ¡Mágico!
La comida estuvo a tiempo, la carne quedó en su punto, cenamos junto a nuestros hijos. Pasamos un momento más que agradable en familia, de esos que nos encantan.
Cayó la noche, y con ella empezaron a aparecer los indeseables para mí, los sapos. Les tengo fobia desde que era niña, a pesar que crecí en el campo, nunca me gustaron, lo peor fue que el terror fue apareciendo con los años. Donde veía uno me paralizaba y empezaba a temblar. Por suerte ahora vivía en la ciudad, y era muy raro encontrarse con uno. Tengo mis historias de la cripta con estos individuos, me han sacado lágrimas y gritos.
Hace poco compramos una bella casa en la montaña, con las lluvias, adivinen quienes empezaron a aparecer en las noches, sí, esos mismos. Ellos estaban en su hábitat los intrusos éramos nosotros. Debo admitir que fue bueno, de tanto verlos, no es que he dejado de temerles, pero algo ha cambiado. Puedo soportarlos en la distancia, y sentirme segura. No los quiero cerca, eso si lo tengo muy claro.
Seguíamos en la terraza, miré hacia la piscina y vi un par de sapos, mi esposo enseguida se levantó, agarró una manguera y les tiró bastante agua, se alejaron a toda prisa. Al rato, volví a mirar y ahí estaban. Me levanté sin decir nada, agarré la manguera, hice lo mismo que mi esposo, les tiré agua y salieron despavoridos. ¡Fui capaz de espantar los sapos! ¡Qué gran momento!
Ni yo me lo creía. Eran tres y pude sola con ellos. Mis hijos me observaban desde la ventana. Su cara de admiración y felicidad no tenía precio. Me hacían porras. Sentí ganas de llorar de la emoción. Estamos en época de lluvia y en la montaña, iban a seguir llegando, pero yo estaba feliz. Me sentí empoderada y valiente. Sabía que yo tenía el control sobre ellos. Había vencido uno de mis miedos.
Me quedé un rato en una hamaca saboreando mi victoria. Me empezó a dar sueño. Miré hacia la piscina y un sapo grande había regresado. Me levanté rápido y sin temor cogí la manguera, esa era mi arma, mi protección. El piso estaba mojado, y antes de disparar, resbalé en el área donde habían dos escalones, y me caí.
Escuché a mi esposo preguntar si mi espalda estaba bien. Caí sentada. Estaba bien. Pero tenía un dolor horrible en el pie derecho, sobre todo en mis dedos. Mis hijos que antes, incrédulos ante mi valentía y emocionados me habían visto espantar los sapos y celebraban, ahora me veían sentada en el piso, quejándome de dolor. No lograba identificar de donde específicamente venia el dolor, más bien era un ardor. No parecía nada serio, pero me dolía y mucho.
La primera indicación del doctor, mi esposo, después de examinarme era que debía ponerme bastante hielo.
Fui a la cocina, casi cojeando, en busca de hielo. Llegó mi hija, se me quedó mirando y con la gracia que la caracteriza, me dijo:
“Después de tus minutos de gloria”, esto, señalando mi pie. Lo siento mami.
Me dio mucha risa su ocurrencia, eso de “tus minutos de gloria” Entendí lo significó para ellos verme segura frente a esos sapos, sabían lo que significaba ese momento para mi.
El dolor se intensificó, el pie se empezó a hinchar. Me ardía, tomé medicamento enseguida para aliviar el dolor. Me desperté en medio de la noche y seguía doliendo. Al día siguiente el dedo meñique amaneció hinchado y morado.
Era lunes y en la tarde debíamos regresar a la ciudad. Antes de llegar a casa, pasamos a la clínica, me hicieron un RX y tenía una fractura en el meñique. Mi esposo me inmovilizó el dedo, y me indicó reposar de tres semanas a un mes, así que debía seguir las instrucciones del doctor al pie de la letra si quería sanar pronto.
Sin duda será un momento memorable, minutos de gloria para recordar, como olvidar que esa noche me enfrenté sin miedos a mi propio miedo, caí en la batalla, pero me levanté, herida, pero me levanté victoriosa. Jajajaja.
Minnie