No siempre estoy feliz y eso está bien. Hay días en los que me siento sana y llena de energía, todo mi cuerpo lo comprueba, pero mi alma está débil, frágil, como una bola de cristal en manos de un infante. Un pequeño tropiezo y me quiebro en mil pedazos. Esa soy yo, de carne y hueso. También soy fuerte, y llena de esperanza, esa también soy yo. No pasa nada porque hasta un mismo atardecer cambia de matices por segundos sin dejar de ser el mismo, y hasta en su oscuridad sigue siendo bello.
También me da miedo equivocarme, fallar, y es que no logro ver la piedra (miedo, frustración, pereza, indecisión,) aunque sea siempre la misma. Algunas veces se torna como un diamante y su brillo me seduce y de alguna manera me aleja de lo que me propuse y comencé con tanto entusiasmo, ya sea un buen hábito, proyecto o una meta. El torbellino de esos días vacíos me debilita, me enceguece y me atrapa en las redes de la vanidad y por un tiempo me desvía de lo que verdaderamente importa. ¡Cuánto tiempo perdido!
Algunas veces soy una rosa marchita y nadie lo nota, porque siempre tengo una sonrisa en mi rostro. No finjo, es mi manera de alegrar el alma cuando aparecen esas piedras encantadoras. No pretendo esquivarlas, al contrario, debo estar atenta y presente para identificarlas. ¿Cuántas veces más debo apartarlas? Las que sean necesarias me responde la voz de la vida, ¿no te das cuenta que es sangre lo que corre por tus venas? Emociones, movimientos, senderos, destinos, el universo mismo, todo dentro de ti. Estás en el momento y la edad perfecta, la que sea, para lograr lo que te propongas. ¿No resultó, no te escogieron, no has sanado aún? ¡Qué bueno! No todo el mundo tiene la oportunidad de volver a intentarlo, sí, intentar y lograr ser feliz en el mismo cuerpo, y en la misma vida.
En ocasiones el viento es tan frío aun en mis veranos que me tiembla todo, más allá de la piel. A veces el invierno es tan cálido que lo confundo con abrazos. No tenemos que pensar igual que ayer, ni tener los mismos hábitos, gustos o creencias, cada día puede ser un nuevo comienzo para nuestro crecimiento personal, físico y espiritual.
Los cambios son buenos, los comienzos son buenos siempre y cuando nos conecten con nosotros mismos, con ese poder divino que llevamos dentro. Es ahí que nos llenamos de amor, plenitud y energía, nos ocupamos de nuestro autocuidado, y el de los seres que amamos, en definitiva, florecemos y perfumamos todo a nuestro alrededor.
Lo que trato de decir es que al final todo está bien. Llorar y reír. Todos los días tenemos el derecho y la oportunidad de dejar, rehacer y reemplazar aquello que no nos causa bienestar, o mejorar y sumarle más al que ya tenemos. Todo eso que sientes está bien, lo que no está bien es vivir o mejor dicho dejar de vivir a causa de los miedos, permitir que esas piedras, emociones de cristal, te detengan y hagan de tu vida un drama eterno.
Minnie