Los pájaros siempre estuvieron ahí, escondidos entre los árboles, jamás dejaron de cantar, algunas veces se atrevieron a pasearse frente a tu ventana, fuiste tú el que jamás se detuvo a escucharlos, a observarlos.
Las flores siempre estuvieron ahí, adornando tu camino, algunas veces se atrevieron a esparcir su aroma hasta rozar la ventana de tu auto, fuiste tú el que nunca bajó el vidrio para disfrutar su perfume.
El cielo siempre ha estado ahí, con sus nubes y sus mil formas, el sol con sus rayos de oro calentando tus días, y la luna, llena y silenciosa, alegrando tus noches, fuiste tú el que jamás alzo la mirada para ver y agradecer tanta belleza.
Dios siempre ha estado ahí, derramando su infinito amor sobre ti, fuiste tú el que jamás se detuvo a recibir su misericordia, el que jamás se elevó en lo profundo y alto de sus pensamientos para escucharlo y encontrarlo en cada cosa con la que te bendijo: el brillo en la mirada de tus hijos, prueba irrefutable del amor más puro e incondicional que no puedes ver, o explicar con palabras, pero que sientes en lo profundo del alma.
Eres tú, soy yo, los que tenemos que abrir nuestros corazones para empezar a creer, a vivir con la certeza de que nada pasa por casualidad, que una fuerza más grande que nosotros nos cuida, nos ama, nos guía, y hoy nos pide, “has una pausa, detente, no por mí, sino por los seres que más amas, porque aunque no lo veas o no lo creas, ahí estoy yo, en todas partes.