Te llamé y viniste en mi auxilio. Cerré mis ojos y te vi. Bajaste de tu monte como avalancha de fuego, que no quema, pero ilumina, sana y libera todo a su paso. Me miraste con amor, tomaste mis miedos, angustias y dudas y los encerraste en tu puño de hierro. Luego, abriste tu mano y me mostraste lo pequeño y diminutos que eran ante tu grandeza, los volviste nada ante tu presencia.
Llegaste en el silencio de mi noche, y como un rayo me impactaste, me sentí protegida y más despierta que nunca. Esa madrugada supe que todo estaría bien, lo que fuera. Estamos bajo tu cuidado mi buen Jesús. Todo se rinde ante tu majestad, basta tu mano para salvarnos.
Me quedé un rato tratando de guardar en mi memoria una y otra vez lo que habían visto mis ojos, tenía temor que al amanecer no lograra recordar con claridad, no estaba segura si te había soñado, o simplemente me habías despertado para mostrarte tu verdad.
Respiré profundo, consciente del aire que entraba y salía. Una sensación liviana se paseó por todo mi ser como brisa fresca en otoño que se lleva las hojas secas de los árboles, dejando ramas y troncos desnudos, para cubrirlos con la abundancia del verdor de las hojas recién nacidas, tiernas y suaves, que llegarán en primavera. Espera y confía.
En estos días de incertidumbre en que vivimos, para mí esto fue más que un sueño, sin duda un mensaje de esperanza, pronto vendrán tiempos nuevos y mejores, un mundo de paz y amor, para los que confiamos y esperamos en ti.
Minnie Flores