COLGADO EN LA MEMORIA
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COLGADO EN LA MEMORIA

COLGADO EN LA MEMORIA

El anciano tomó la llave del bolso de su hija. Encendió el auto y se marchó. Al llegar al parque una joven lo esperaba sentada en una banca.  Era María, la de los ojos bonitos. Al verlo, María corrió a su encuentro y se abrazaron con esa fuerza que desea desafiar al tiempo. Ella lo miró con esos ojos que lo habían enamorado desde el primer día. Luego caminaron tomados de la mano bajo la sombra de los árboles.

Hacían chiste acerca de la obra de teatro que habían visto hacía un par de días. Se tomaron un café en el restaurante de la esquina.  Conversaron sin darse cuenta que habían transcurrido más de tres horas. Faltando poco para despedirse, María le confesó, destrozada, que en un mes se marcharía. No volverían a verse en mucho tiempo. Sus padres la enviarían a una universidad en Londres.  No había marcha atrás. Se habían enterado de su relación y no la aceptaban.

Mauro estaba triste y desesperado, y hasta le propuso que se escaparan juntos. Eran muy jóvenes para cometer semejante locura. María tenía miedo y él lo sabía. Desistió por el momento, pero no se daría por vencido, pensaba que aún tenía algo de  tiempo para convencerla.

Al final de la tarde le ofreció dejarla cerca de su casa.  A pesar de su temor ella aceptó. Al llegar, él le acarició el cabello. María se despidió con un beso en la mejilla y él buscó sus labios anhelando quedarse ahí toda la vida. Ella bajó del auto y miró hacia todos lados, temía que los hubiesen visto, así que le pidió que se fuera lo más rápido posible para evitar problemas con sus padres.

—Nos vemos mañana en el mismo lugar, te amo Mauro.

—Yo te amo más, ahí estaré.

Mauro regresó a casa con un mal presentimiento. Al día siguiente María no llegó a la cita. En su lugar había enviado a su amiga Clara quién le entregó un sobre de parte de María. Clara sintió tristeza al ver lágrimas en el rostro de Mauro mientras leía el reverso de la foto que venía en el sobre.

—Papá, papá. Despierta, ven sal del auto.  ¿Qué hacías ahí?

—Vengo del parque y María no llegó. No la volveré a ver.  No pude decirle adiós como se merecía. La traicionamos y quiero pedirle perdón.  Lloró desconsolado.

Su hija, Clara, lo abrazó con compasión. Su padre tenía varios días sin querer comer, y solo parecía estar en este mundo cuando miraba con ternura la foto, en blanco y negro, que tenía de una joven. La dedicatoria en el reverso decía:

“No hay mañana para nosotros.

No tengo palabras, perdóname.

Te amo.

María Sandoval.

 

A su padre parecía hacerle bien ver fotos del recuerdo,  ella misma había sacado varios álbumes de las cajas pues notaba que él sonreía en algunas ocasiones. Hasta que encontró y sacó la foto de la joven. Lo curioso era que ésta foto y otras más habían permanecido por años en un álbum, etiquetado Amigos,  de su madre.  Ésta debía ser una conocida en común de sus padres.  Fue así como indagando y buscando entre las pertenencias y libretas de su difunta madre encontró la información que necesitaba. Logró ubicar y contactar a esa mujer desconocida.  María, tres años después de marcharse, se había casado en Londres con un compañero de su clase.  Tenía dos hijos y era viuda. Ella por supuesto recordaba con nostalgia a su mejor amiga Clara, y también a Mauro. Había dejado de amarlo, pero nunca lo olvidó. A veces los años no bastan para olvidarse.

Clara no entendía la conducta de su padre porque hacía mucho tiempo que él no tenía recuerdos. Ni siquiera sabía quién era. Ella nunca tuvo ninguna duda del amor que se tenían sus padres y de lo felices que fueron juntos. Ellos se habían casado dos años después de que María se fuera. Sin duda su padre había regresado a un momento triste de su pasado, y se quedó ahí colgado y perdido.

Clara llevó a su padre al parque pues no soportaba verlo sufrir. Tenía la esperanza de que al ver a María el pasado lo dejaría en libertad. Ahí estaba María, 45 años después, sentada en una banca, que podía ser la de siempre, esperándolos. Ella lo vio con ternura, él con la extrañeza del que mira por primera vez. Su hija se la presentó como una vieja amiga de su madre. Él solo vio la banca vacía y  siguió colgado en su memoria esperando a la joven,  de los ojos bonitos, que jamás volvió.

 

Minnie Flores

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