LAS AVENTURAS DE RAFITA III
11 mayo, 2023UN DÍA CONFUSO Y GRACIOSO
16 mayo, 2023
Lo supe aquella tarde de noviembre, cuando me viste llegar, me esperabas.
Te esperaba y te encontré. Éramos dos solitarios, perdidos. Te vi y me enamoré.
No creía en el amor a primera vista hasta que contemplé tus ramas extendidas hacia la montaña. Querías abrazarme, te abracé con mi alma y lo sentimos. Te miré solo unos segundos y me perdí en tu belleza. Eras el árbol de mi vida, fuerte, maduro, ¡tú! No eras mío, tenías dueños.
Mi corazón no lo entendía. Tú nada entendías. Me despertaste las ganas de volar para posarme en la rama más delgada, mirar al precipicio sin temblar, mirar al cielo y sonreír.
Me viste alejarme y un par de hojas cayeron de tus ramas. Las últimas. Era verano. Nos dijimos adiós, y un par de hojas cayeron de mis ojos. Eran lágrimas, las primeras, mi invierno había llegado. No sabía si nos volveríamos a ver. Las gotas fueron cayendo unas tras otra encajando como en un rompecabezas hasta que todo quedó armado, perfecto y mágico. Un sueño hecho realidad.
Tres meses después, regresé a contemplarte. Dueña y señora, ahora eras mío, ¡todo tú! Empezaste a retoñar, floreciste. Todas las mañanas me abrazas y te abrazo, todo. Todo, mientras bebo un sorbito de café viendo como los pájaros disfrutan cada rincón tuyo, mientras el viento los mece sin parar.