Una misma tarde, diferentes matices.
Cambia por segundos,
se torna ardiente y pasiva,
desaparece ante las miradas,
y no necesita explicar nada.
Simplemente es, se expande,
se transforma y oscurece.
Se oculta feliz ante la primera estrella de la noche
y otras más que van apareciendo como chispitas de oro,
que celebran la llegada de la luna llena,
redonda y majestuosa, dueña del firmamento.
¡Ella sí que sabe de faces!
La tarde la contempla, discreta y serena,
le dice adiós y se abandona
en el regazo de la montaña.
En su madurez, sonríe, viendo todas sus caras,
de fuego, rosa, y de oscuridad,
reflejadas en la diosa de la noche.
Es hora de marcharse, y
no necesita explicar nada a nadie,
simplemente vive sabiéndose feliz,
completa en todos sus tonos.
Es capaz de guardar silencio,
contemplar la grandeza de la luna,
y seguir siendo feliz,
porque la felicidad también es ella misma,
y no necesita explicar, ni mostrar nada más,
lo ha dado todo por este día, y ella lo sabe.
Qué importa si la luna o las estrellan no la ven,
qué importa, si ya nadie la ve, ni la saben dichosa
en su descanso, lleno de silencios.
El universo es infinito y todos tienen
su espacio y su tiempo para brillar.
Quien es verdaderamente feliz en todos sus matices
no necesita explicar, ni mostrar nada a nadie.
Minnie Flores