UN VIAJE INOLVIDABLE POR MÉXICO
CHICAS VITAMINA
19 junio, 2025

UN VIAJE INOLVIDABLE POR MÉXICO

¡Aventura en México, lindo y querido!

Una mañana, mientras aguardaba en la agencia a que terminaran el mantenimiento de mi auto, recibí el mensaje de una amiga muy querida: “Me encantaría invitarlos a un viaje de aventura por México con toda la familia”. Ella y su esposo, mexicano, estaban organizando unas vacaciones junto con amigos y sus familias para celebrar la Navidad y el Año Nuevo en México, y quería que nos sumáramos a la travesía.

 Me encantó la idea, sólo pensé en mi mamá, usualmente pasamos estas fechas con ella. Llamé a mi esposo para contarle, y me dijo: “nos llevamos a tu mamá” Sin pensarlo dos veces dijimos sí, y tres meses después todos nos embarcamos rumbo a México. Llegamos el domingo 22 de diciembre de 2024 a Ciudad de México, donde nuestros amigos nos recibieron calurosamente en el aeropuerto. Éramos un grupo de 15 personas, y mi mamá, con sus 76 años, era la mayor de la expedición. La primera noche cenamos en el Restaurante Bajío, un lugar pintoresco de vibrantes colores y comida exquisita. Luego caminamos unos minutos hasta el Zócalo, ya que nuestro alojamiento, Apartamentos La Palma, quedaba cerca de esa zona. La ciudad estaba llena de vida, gente por todas partes y una decoración navideña deslumbrante, con luces, adornos y colores por doquier.

Al día siguiente visitamos las Pirámides de Teotihuacán, un sitio cargado de energía que te transporta a la época ancestral de los mayas. Después, almorzamos en el restaurante La Caverna de Teotihuacán, literalmente situado en una cueva. Afuera, una señora preparaba tortillas de maíz de manera tradicional. Fue toda una experiencia, varios nos animamos a probar hormigas y chapulines, y los más osados gusanos de maguey.  Nos sorprendió el más pequeñito del grupo, quien degustó de todo y ¡le encantó!

De regreso de las pirámides, al caer la tarde, pasamos a la Basílica de Guadalupe, donde fuimos testigos de la alegría de un grupo de niños al romper una piñata. Mi mamá y yo participamos de la misa, un momento especialmente significativo para ella que anhelaba conocer la catedral.

El 24 de diciembre, comenzamos nuestra jornada con un desayuno en el Restaurante Cardenal, donde la calidez del lugar y el ambiente festivo nos envolvieron desde el primer momento. El resto del día transcurrió entre paseos tranquilos por calles llenas de encanto y las clásicas compras de último minuto, mientras la emoción por la noche crecía. La cena de Navidad fue, sin duda, un momento mágico: nos reunimos en la terraza de la Torre Miralto, donde un saxofonista llenó el aire de melodías, y compartimos risas, historias y deliciosos platillos en compañía de personas entrañables. El 25 amanecimos sin prisas, dedicando el día a disfrutar la ciudad a nuestro propio ritmo, atesorando la dicha de vivir instantes así, rodeados de seres queridos.

Siguiendo el itinerario, nos embarcamos en las emblemáticas trajineras de Xochimilco, navegando entre música, flores y risas, en un ambiente festivo imposible de replicar. Al regresar, nos esperaba un almuerzo-cena en el restaurante Arroyo, un momento que guardo como uno de los más felices del viaje, el ambiente rebosaba alegría. Compartimos platillos exquisitos, brindis animados, bailes espontáneos y canciones que llenaron la tarde de espíritu navideño. Fue divertido porque, en nuestra mesa, alguien mencionó que celebrábamos nuestro aniversario—si bien ya habían pasado dos meses, los mariachis nos rodearon y nos homenajearon con melodías amorosas, cortesía de nuestras amistades. El cariño era palpable. Para coronar esta experiencia tan especial, hubo una propuesta de matrimonio en nuestra mesa. Nuestros mejores amigos y compañeros de travesía, a pesar de estar casados y de años de vida juntos, se declararon nuevamente su amor y renovaron su compromiso en un acto simbólico que convirtió el instante en algo verdaderamente inolvidable. Recuerdo que, conmovida por tanta felicidad y gratitud, me retiré unos minutos al baño para desahogar una lágrima; vivir ese día rodeada de familia y amistades fue un regalo invaluable. Aquella tarde, un mezcal llevó a otro, y todos terminamos embriagados de felicidad y buenos recuerdos.

Después de nuestra estancia en la Ciudad de México, el viaje nos llevó al pintoresco pueblo de Tequisquiapan, hogar de nuestros queridos anfitriones. Nos alojamos en el Hotel Firenze, un lugar envuelto en vegetación exuberante donde los pavos reales desfilaban con elegancia por los jardines. En la tarde caminamos por el pueblo y visitamos diferentes puestos del mercado artesanal donde abunda la bisutería elaborada con piedras naturales.

Al día siguiente, comenzamos el día saboreando una auténtica barbacoa de cordero en un sencillo puesto local, donde personas amables y orgullosas de sus raíces nos hicieron sentir parte de la tradición. Más tarde, exploramos la vinícola De Cote Casa Vitinicola, donde nos deleitamos en una cata de vinos y recorrimos las bodegas, sumergiéndonos en historias y risas que enriquecieron la tarde. El crepúsculo nos sorprendió en el restaurante del lugar, desde el que contemplamos los viñedos que, aunque lucían secos por no ser época de vendimia, conservaban su propio encanto bajo la luz dorada del atardecer. Cada experiencia en Tequisquiapan sumó un nuevo matiz de alegría a nuestra travesía por México.

Al día siguiente, visitamos la imponente Peña de Bernal, un majestuoso monolito resultado de un antiguo volcán, considerado el tercero más grande del mundo. Desayunamos en un restaurante con vistas a la piedra y nos dispusimos a caminar por el pueblo. Fue una experiencia fascinante ver a las artesanas del lugar tejiendo coloridas prendas, herederas de una tradición viva y vibrante.

Por la noche, nuestros anfitriones nos abrieron las puertas de su hogar en Tequisquiapan y organizaron una fiesta inolvidable.  La marimba resonaba en vivo, envolviendo el ambiente con melodías alegres, mientras disfrutábamos de platillos y bebidas mexicanas preparados con esmero y auténtico sabor casero. La velada transcurrió entre risas, la calidez de su familia, piñatas, bebidas típicas de la temporada y anécdotas compartidas. Fue una noche desbordante de alegría que nos hizo sentir parte de una gran familia, creando recuerdos imborrables para todos.

Cerca de la medianoche, ya sentía el cansancio acumulado y le sugerí a mi esposo que era momento de volver al hotel, pensando en mi mamá y su necesidad de descansar. Sin embargo, al irme despidiendo, me llevé una escena entrañable: mi mamá bailando animadamente con mi amiga, desbordando energía. Todos rieron y, entre bromas, me dijeron: “¿No que tu mamá estaba cansada?” Fue un momento tan cómico como inolvidable, que guardo con especial cariño entre los recuerdos de este viaje.

Nuestra siguiente parada fue San Miguel de Allende, una ciudad que nos cautivó con el vibrar de los mariachis, su exquisita gastronomía, tiendas pintorescas y majestuosas iglesias. Nos alojamos en el encantador Hotel Mesón Virreyes, muy cerca de la plaza central y la imponente catedral de San Miguel. Por las tardes, en el lobby del hotel, un señor llegaba con su guitarra y nos regalaba hermosas melodías, convirtiendo cada atardecer en un deleite para los sentidos. En esta ciudad de aires antiguos, despedimos el año y recibimos el 2025 en el restaurante Milagros, rodeados de amistades entrañables y rebosantes de alegría. Todo fue perfecto, salvo por un pequeño detalle: mi hijo no pudo acompañarnos esa noche, pues sufrió malestares estomacales y prefirió descansar en el hotel. Al regresar, nos esperaba con una sonrisa, nos abrazamos y compartimos nuestros mejores deseos para el año nuevo.

De San Miguel partimos hacia Guanajuato, una ciudad de ensueño. Nos hospedamos en el Hotel La Paz en el centro del pueblo.  Nos sumergimos en la tradición de las callejoneadas, un tour musical y cómico, romántico y alegre, donde se recorren los callejones más importantes de la ciudad acompañado por la estudiantina.  En este destino nuestra amiga se sentía mal, con severos malestares de resfriado y prefirió descansar, afortunadamente ella ya conocía la ciudad.

Tras quince días llenos de asombro y descubrimiento, en los que exploramos los rincones más espectaculares de México, nos preparamos para regresar a Ciudad de México y disfrutar de una última jornada antes de volver a casa.

Cerramos este viaje inolvidable celebrando el cumpleaños de nuestra querida anfitriona. Logramos sorprenderla en el restaurante La Bikina, pues, aunque sabía que cenaríamos allí, no imaginaba que hubiésemos llamado de antemano para pedir el show especial de cumple para ella. Aquella noche estuvo colmada de alegría y emociones, un broche de oro perfecto para despedir una experiencia entrañable vivida entre familia y amistades.

“La vida no se juzga por el tiempo, sino por los recuerdos de los momentos especiales que vivimos” – Leonid S.

Minnie

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.