Mi hija inició en ballet a los tres años y medio. Al principio estaba encantada, se creía una princesa cuando se ponía su tutú. La mayoría de las veces iba feliz, pero como toda niña en algunas ocasiones simplemente no quería ir porque eso interrumpía sus horas de juego.
El primer año fue divertido y su primera función inolvidable. Verla tan chiquita en el escenario era grandioso, y gracioso. Siguió en clases de ballet, a los seis años una de sus maestras me llamó, la había escogido para clases de competencia. Tenía talento para la danza. Yo estaba feliz, había visto el avance de las niñas de competencia, y a sus mamás orgullosas. ¡Que emoción!
Conversé con mi nena, le gustaba el ballet, pero no estaba interesada en competir, eso implicaba más clases a la semana y menos horas para sus juegos e inventos. Desde siempre ha sido muy creativa y juguetona, jamás se aburre, siempre estaba haciendo algo. Respeté su decisión, no quería presionarla, quería que disfrutara lo que hacía, cada vez que tocábamos el tema se angustiaba y decía que no quería ir más a las clases regulares. Siempre he motivado a mis hijos a hacer aquello que les dé alegría, y no estrés.
Hubo un año que además de ballet, pidió tomar clases de jazz y tap, pero pronto se desanimó, la razón, tenía que asistir a más clases, y eso no le gustaba. A mitad del año cuando ya habíamos pagado los trajes para la función final, nos dijo que no quería seguir con esas clases. Mi respuesta fue, “está bien, te quedarás solo con ballet, pero eso será partir del próximo año” y así lo hizo. Debía terminar lo que empezó, dejar cosas inconclusas no es mi estilo, y es lo que deseaba inculcarle desde pequeña.
A los nueve años quiso dejar el ballet, pero yo sabía que le gustaba, porque la veía bailando por toda la casa, lo que no le gustaba era el compromiso. Y eso no me gustó. Ya me había dicho que quería usar puntas, le hacía ilusión. Quedamos en que esperaría a usar las puntas y si no le gustaba, podía dejar el ballet. Tenía que enseñarla a cumplir metas, ya había sido flexible anteriormente, pues consideraba que hay que dejar a los niños ser niños. Sin embargo, dentro de lo posible y en cada etapa de sus vidas debemos enseñarles a ser comprometidos con lo que hacen. Así que, no le di opción, debía seguir en ballet. Hacía tres años había alternado el ballet con el patinaje artístico, y hasta llegó a competir internacionalmente en esta disciplina, ganando medalla de oro, llegamos a pensar que dejaría la danza por las ruedas, pero no fue así.
Entró la pandemia, y las clases fueron virtuales. Ella se conectaba a sus clases sin que tuviera que mandarla, y como nunca, la vi emocionada y feliz. No paraba de bailar por toda la casa, se la pasaba haciendo piruetas. Dejó de patinar y se enfocó solo en su ballet. Empezó a ver videos por YouTube, y a seguir a bailarinas. Un día me dijo emocionada, “descubrí que mi pasión es el ballet”.
En pandemia su academia realizó presentaciones virtuales y ella se esmeró en su baile, nuestra sala fue su escenario, lo decoramos, según el tema.
Una vez empezaron las clases presenciales, nos pidió más clases de ballet, y hasta quería competir, yo no lo podía creer. Hablé con sus maestras y por un par de meses dio clases extras con las niñas grandes, iba de lunes a jueves, feliz, sin quejarse. Hasta que oficialmente entró a clases de competencia. Sin presiones, sin emociones, ella tomó su decisión, para muchos puede que un poco tarde por su edad, ya tenía doce, para nosotros, el momento perfecto.
Venían las audiciones para la función de fin de año, y le recomendaron que participara, ella no quería, tenía miedo, y yo lo sabía, pero no lo aceptaba o no podía reconocer que era el temor lo que la frenaba, simplemente nos decía que no quería participar. Tuvimos una conversación seria, hablamos de sacarla definitivamente del ballet, no tenía sentido que tomara clases extras, más de la competencia, sino no estaba interesada en probar y mostrar su talento. Estaba escondiendo su luz debajo de la cama. Se paró firme, y nos dijo, que de nada servía lo que le dijéramos, ella había tomado su decisión, no iría a las audiciones. Entonces como padres también tomamos una decisión, sino iba a las audiciones debía dejar el ballet, la sacaríamos. Se fue al baño enojada, me fui detrás de ella, e hice mi último intento. Le hablé de sus dones, de sus talentos, no los podía, no debía esconderlos. Yo la entendía y era normal que tuviera miedo a lo desconocido, nunca había estado en una audición, le pedí que lo intentara, que fuera más bien de observadora por si se animaba para el próximo año. Ella aceptó. Lo que no sabíamos era que no podía ir de observadora, una vez adentro tenía que audicionar, así lo hizo, y salió feliz. Se ganó un papel para hacer un cuarteto en la presentación de fin de año, y no paraba de darme las gracias por haberle insistido. La miré, y le dije, “sabia es mamá”.
Bailó hermoso en su presentación, la disfrutó, se sentía emocionada y cómoda en el escenario. Como me dijo una amiga al verla, voló.
Después vinieron más y más clases de competencias y extras para un evento internacional, Shake the Ground. Las prácticas fueron intensas, agotadoras, de lunes a domingo, pero ella iba sin quejarse y con todo el ánimo. Debo confesar que yo me sentía atada, no podíamos hacer planes de fin de semana como estábamos acostumbrados, pero también, estaba orgullosa de mi hija, y ahí estaríamos para apoyarla sin lugar a duda, amoldándonos a los horarios.
Después de mucho entrenamiento llegó el día de la competencia en Orlando F. Mucha alegría, emoción y nervios. Ver a mi hija en aquel escenario, todo en mi se conmovió, tanto orgullo y agradecimiento, se veía hermosa y lo hizo divino. La niña temerosa se había ido, mostró su luz, su talento con confianza y seguridad, y simplemente brilló.
Todos los días fueron maravillosos y los disfrutó al máximo. Yo la maquillaba, y ella se hacía su peinado. Un día nos levantamos de madrugada para ir a los ensayos, pero valió la pena, una experiencia enriquecedora. Una semana que se pasó rápido, y gracias a Dios nos fuimos todos, estábamos los cuatro para acompañarla, aplaudirla y abrazarla cada vez que bajaba del escenario.
En todas sus presentaciones les fue bien, ganó premios en regionales, en nacionales obtuvo la máxima puntuación, las evaluaciones eran individuales, y al final no quedó en el top ten de la competencia, pero obtuvo logros y reconocimientos importantes para ser la primera vez compitiendo.
Hubo un antes y un después de la competencia, ahora sabía de qué estaba hecha, hasta donde podía y puede llegar si cree en ella misma, y esto es lo mejor, entendió que no se trata de una competencia, se trata de la vida, mi niña va por buen camino.
Mi consejo para los padres, confíen en sus hijos, permítanle tomar sus propias decisiones, eduquen con autoridad y amor en todo momento. Los niños necesitan su tiempo y espacio en cada etapa de sus vidas. Igualmente, desde pequeños, sin cargarlos demasiados, podemos enseñarles a ser responsables y comprometidos.
Seamos padres orgullosos de lo que son como personas, como seres humanos, y no por la cantidad de actividades que realizan, es mejor que hagan una, y la hagan bien y con alegría, a hacer mil, pero vivan estresados, angustiados, pensando que la vida hay que ser el primero. Es ahí donde nacen las depresiones y frustaciones cuando los resultados no son los que esperábamos. No le robemos su infancia, caminemos a su lado, seamos su guía así ellos sabrán cuando es el momento perfecto para tomar sus propias decisiones.
El consejo que siempre le doy a mi hija para lo que sea es:
ENFÓCATE EN TI Y DISFRUTA EL MOMENTO QUE LA VIDA ES UN VIAJE NO UNA CARRERA