Una de estas noches mi hija María Lucía entró en nuestro cuarto, era casi medianoche, se paró en la puerta y empezó hablar. Pensé que no podía dormir pues hacía varios días estaba presentando problemas para quedarse sola en su cuarto. En varias ocasiones se había pasado a nuestra cama, ¡como en los viejos tiempos!

El caso es que empezó a hablar parada desde la puerta, y no paraba de decir, mamá las galletas, mamá las galletas, la masa de las galletas.  ¿Galletas? Necesitas galletas para dormir, le pregunté.  No mamá las galletas, las galletas, respondió.

La luz estaba apagada, pero podía ver la manera como ella movía sus manitos. Me di cuenta que no estaba totalmente despierta.  Así que me levanté y fui a su encuentro.  La abracé y la llevé a su cuarto.  Con voz suave le dije: olvídate de las galletas. Ella no volvió a hablar.   La metí en su cama, la cobijé y se durmió al instante.  Me dio mucha risa porque pensé: ¡Ésta niña hasta dormida está pensando en galletas!  Tuve que contenerme para no soltar una carcajada, y entonces fue a mi  a quien se le  espantó el sueño por un buen rato.

Al día siguiente le pregunté si recordaba algo de lo sucedido.  ¿Qué te pasó anoche con las galletas? Empezó a reírse y me dijo, estaba haciendo galletas para mis muñecas. Vi en su rostro como trató de recordar,  al parecer ya no lo tenía muy claro,  me miró, y siguió riéndose.