No todos los días son iguales, aunque lo parezcan. Están esos brillantes allá afuera, a los ojos de los demás, y oscuros y tristes acá dentro. Te cansas de mirar por la ventana buscando el arcoiris y te asustan las nubes negras que afanadas parecen apoderarse del cielo. Entonces te llenas de un silencio
profundo, y se abre un espacio en tu corazón, recurres al que siempre está ahí para abrirte un paraguas y cubrirte de tu propia lluvia. Lo llamas y él corre a tu encuentro.
Es Jesús eterno amigo y compañero de quien le abre las puertas del alma.
Ese que caminó sobre el agua, camina sobre tus heridas y las sana.
Ese que calmó la tormenta, calma las nubes negras de mente y te regala un sol radiante de buenas ideas y pensamientos amorosos.
Es así de noble y compasivo porque el también sabe de silencios y de días grises.
El sabe de consolación.