VIENA
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VIENA

Llegamos a Viena, era la segunda vez que visitábamos este hermoso país. La primera noche nos hospedamos en un hotel situado en el centro de la Viena viva y turística.

Caminamos por calles cercanas y cada lugar nos invitaba a pasar, entramos en uno en busca del famoso Schnitzel y no tenían así que nos fuimos, finalmente cenamos Café Restaurant Leto.  Un lugar bonito, ambiente iluminado, preferimos sentarnos adentro, afuera el humo del cigarrillo nos asfixiaba y atormentaba, además las mesas estaban bastante cerca una de la otra, y aún estamos en pandemia, aunque la gente quiera olvidarlo e ignorarlo, nosotros lo teníamos muy claro.

La velada fue agradable, pedimos una parrilla de marisco para compartir, y yo me tomé un refresco de jengibre y albahaca, que me encantó.  Nos acercamos al corazón de Viena, Stephansplatz, hasta llegar a la Catedral de San Esteban, hermosa, con su torre de aguja iluminada e impresionante diseño neogótico, cómo la recordaba, había poca gente, era temporada baja, por suerte. El clima súper agradable, esa noche apenas usé la chaqueta que llevé para el frio.

Mientras caminábamos me antojé de un helado, lo saboreé junto a la noche que nos acompañaba. Regresamos al hotel súper cansados, nos dormimos al instante, despertamos a las nueve del día siguiente, casi diez horas de sueño. Llenos de energía y entusiasmo para empezar nuestro día.

Desayunamos algo ligero, café y croissant,   en Café Landtmann y empezamos a recorrer la ciudad. Viena es una melodía clásica en todas sus estructuras y muy moderna por su abanico de visitantes de todas partes del mundo, que felices e impresionados por su arte y belleza suspiran por todas partes. Cada rincón, cada calle esconde algún precioso tesoro que vale la pena descubrir, contemplar y admirar.

El tiempo se nos fue rápido, y llegó la hora de almorzar, teníamos una reservación en el Café Central, compartimos un Schnitzel, debo confesar que está bueno, pero no es mi plato favorito, disfrutamos la comida, nos reímos a carcajadas sobre un chiste nuestro relacionado a un chocolate que nos regalaron de cortesía.

Continuamos por los alrededores del Museo de Historia Natural de Viena y nos deleitamos con la Plaza María Teresa, y los hermosos arboles podados con forma de figuras geométricas.

Seguimos hasta llegar al  Palacio Belvedere, que es un importante museo de arte. Nos quedamos un rato tomando fotos y disfrutando de sus hermosos jardines. De ahí, nuestros pasos nos llevaron a Schlosscafé im Oberen Belvedere y sin prisas nos sentamos en la terraza.

La tarde estaba preciosa. El otoño empezaba a colorear a su antojo, con sus tonos cálidos e intensos, las hojas de los árboles. Unos niños felices manejaban sus bicicletas en el pequeño parque que estaba en frente.  Una señora leía un libro,  sentada en una banca debajo de un árbol. Las parejas caminaban tomadas de la mano. A nuestro alrededor se escuchaban conversaciones en diferentes idiomas que yo no entendía, pero mi corazón sí, pues hablaban el lenguaje de la felicidad. Y nosotros disfrutando de todo aquello. Brindamos, yo me tomé un Aperol  Spritz y  mi esposo una cerveza. Miré al cielo y di gracias a Dios por permitirnos estar ahí. Regresamos al hotel y nos mudamos a otro alejado del centro, pero cerca del centro de convenciones donde mi esposo asistiría a un congreso.

Al día siguiente en la tarde fuimos a la Biblioteca Nacional de Viena, tenía muchas ganas de contemplarla, para imaginar los secretos, la sabiduría que guardaban los miles de libros que ahí reposaban, más de 200,000 tomos, y sí es una belleza, con razón dicen que es una de las más bonitas del mundo. Fue una visita bastante rápida, suficiente para apreciar su arte, la majestuosidad de las pinturas en sus alturas y unos  gigantescos globos terráqueos ubicados en diferentes áreas de la gran sala.

Salimos, a seguir disfrutando despacio y con calma la ciudad. Como sabía que ese día no caminaríamos mucho, me puse unas botas preciosas y cómodas, sin embargo, después de un rato ya no me parecían, tan preciosas, ni tan cómodas, anhelé mis zapatillas en ese momento. Aún, así continuamos el recorrido, más lento todavía, a mi ritmo, y al de mis pies, hasta llegar al Café Mozart para cenar contemplando la tarde y a los caminantes incansables. Tomamos un taxi hasta nuestro hotel, me quité las botitas de gata, así las bauticé, y les dije, no salen a pasear más conmigo, sobre todo si el paseo implica caminar por un buen rato.

En nuestro último día en Viena, fuimos al Museo de Historia del Arte, apenas pasamos esas puertas, la majestuosidad de las columnas, techos y las pinturas que lo adornaban nos dejó pasmados, realmente hermoso. Fuimos salón por salón recorriendo y descubriendo las obras de arte expuestas, cada una cuenta una historia distinta de la mano de sus creadores, genios del pincel, ver la pintura es una cosa, conocer la historia que cuenta o lo que representa otra, es ahí cuando la magia aparece. Tuvimos la oportunidad de ver a una artista replicando una obra en vivo. ¡Cuánto talento!

Después de ver pinturas, reliquias, vajillas, adornos, joyas, esculturas, nos estábamos abrumando, la belleza y la opulencia pueden llegar a abrumar, sobre todo porque estas visitas deben hacerse con calma y por tiempos. Tratar de ver tanto en un solo día no es buena idea, a menos que realmente seas un apasionado por los museos y no es nuestro caso.

Nosotros preferimos salir y respirar aire puro de la Viena viva y presente, nos deleitamos con el clima, fresco, más no frio,  y con un saxofonista que tocaba The winner takes it all, precioso, y así cayó la noche.

Para cerrar nuestro paseo, cenamos en Restaurante Lugeck. Buena vista, excelente ambiente, y una cena deliciosa acompañada de un buen vino. Caminamos hasta el  centro y de ahí tomamos un taxi hasta el hotel, a preparar las maletas para seguir con nuestro nuevo destino, Paris.

Agradecidos y felices le dijimos hasta la próxima a la bella Viena (3-7 octubre 2021)

 

 

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