Nos hemos encontrado en este mundo, caminamos y coincidimos en el mismo tiempo, pero solo eso, coincidencia, pues cada uno vive una realidad distinta. Aunque venimos de la misma fuente, nuestros defectos y virtudes nos separan y nos superan. Con el lema que somos libres de hacer lo que nos dé la gana, ya no somos responsables ni culpables de nada, es más todos tenemos nuestras razones para revelarnos o someternos a lo que sea. Válidas o no, son nuestras razones que no son más que un grito desesperado según las necesidades, diferentes en todos los sentidos para cada uno de nosotros. Es así como el individualismo, la envidia y la desobediencia nos han llevado a ser jueces que fallan a conveniencia ante una misma situación. Sólo está bien si me veo favorecido o beneficiado.
Lo hemos visto, en los días de cierre y confinamiento por la pandemia, doble moral. Al principio se nos iluminó la mente pues llovían las reflexiones sobre la alegría de vivir de una forma simple y sencilla. Un alto, obligado, al caos. En la mayoría se había despertado un alto grado de conciencia y solidaridad. Era tan claro, solo necesitábamos lo básico, lo no apreciado antes como un abrazo, un beso, y un techo donde reposar con el estómago lleno, ahora era lo más bello de este mundo. Resulta que también nos dimos cuenta que podíamos estar sin ir al salón de belleza por meses, o de compras, y no pasaba nada, eso era pura vanidad, vivir de apariencias. Podían cerrar para siempre todos esos negocios y estaríamos mejor que nunca, cosa que de seguro no pensaban sus dueños. Pero los días nos fueron cayendo como piedras, aplastando muchas de esas ideas, resucitando la lista de aquello que necesitábamos para funcionar como sociedad. Esas actividades triviales que de alguna manera nos aportaban alegría y entretenimiento nos hacían falta y no había nada de malo en eso. Ahora el asunto era qué negocio se consideraba básico o prioritario, y muchos respondieron, el mío.
El problema fue que la pandemia nos agarró descontrolados, no existía un balance, vivíamos sobregirados de trabajo, deudas, actividades, carentes de una vida real llena de emociones o con verdadero propósito. No se trataba si ibas de compras, al salón de belleza o al café pues este intercambio comercial y social era y es más que necesario, básico. Sí, básico en el sistema que vivimos, en comunidad. Se trataba de producir, compartir, y disfrutarlo todo en hermandad. En fin, todos buscábamos y deseábamos lo mismo, ser felices, y lo éramos a nuestra manera en nuestro propio mundo, hasta que el Covid nos restregó en la cara que dependíamos de una colectividad, que estábamos conectados directa o indirectamente al mundo de los demás, aunque para un buen grupo de personas esto no era novedad, sino algo obvio.
La independencia se nos desvaneció entre las manos, y el círculo se nos cerró al comprender que no era cierto que podíamos solos, que el resto no importaba, pues existe un hilo que nos une, nos ata al efecto mariposa de la vida, donde un suspiro, un movimiento, una acción desencadena la gloria o la ruina total. En definitiva, todos debemos aprender o reforzar nuestra empatía, que nos importe el que está al lado así no tengamos idea de quien se trate. Nos necesitamos queramos o no, al menos en esta vida. El sistema terrenal nos conectó de muchas maneras, especialmente a través de un cable llamado comercio, yo compro tus productos y tú los míos. Mi bienestar depende del tuyo. Miremos hacia ese horizonte, ya sea que caminas o remas, vayamos en la misma dirección, busquemos el bien común. Que se note el orden y el equilibrio en todas las áreas de nuestra vida. Apoyémonos para que todos podamos seguir en el mismo camino, y tiempo, en un mundo igual de bonito para todos. Unidos, se puede, es posible.
Minnie