Conversaba con mis hijos sobre la importancia de pasar tiempo juntos, sin importar la edad que tengan, interesarnos por el otro, acompañarnos, en fin, comunicarnos, y apoyarnos, desde las cosas pequeñas hasta las más grandes.
Estaban acostados en el regazo de mi cama. Hablábamos de todo, de las diferentes personalidades, gustos y ilusiones propias de su edad. Ellos están en etapa preadolescente y me pareció oportuno hablarles del enamoramiento basada en mi propia historia.
Les conté sobre mi primera ilusión. Se rieron a carcajadas cuando les dije que me gustaba ir los domingos a la misa con mi mamá porque tenía la esperanza de ver al chico que me gustaba. La verdad no recuerdo haberlo visto en la iglesia sino en los alrededores. No sabía su nombre, pero con el tiempo nos conocimos. Yo tenía 18 años, y no había tenido novio, sí, estaba tarde en estos menesteres. No quiero decir que era una persona muy selectiva, más bien reservada, especial en ese sentido. Desde joven fui romántica y soñadora, y esperaba por la persona correcta, quería sentir esas mariposas en el estómago de la que todos hablaban y yo no había experimentado esa sensación hasta que lo vi por primera vez, y se repetía cada vez que lo veía. Sí, también soñaba con ese primer beso, que no se dio como imaginaba, más bien no se dio. Mis hijos volvieron a reírse y me miraron con cara de “gúacala”.
Realmente estaba muy interesada en él, pero la sorpresa que me llevé al verlo de la mano con otra muchacha unos días después de que me pidiera que fuera su novia me desilusionó por completo. Pasaron los días, me seguía gustando y mucho, pero tenía claro que no quería cerca de mi a nadie que no fuera sincero. Creo que intentó darme una explicación, para mi no la tenía, así que hasta ahí llegó lo que jamás comenzó.
Mi hija me interrumpió y me dijo: qué bueno que no llegaron a ser nada, y qué bueno que lo viste de la mano de otra, porque sino quién sabe y no hubieses conocido a mi papá y no nos tendrías a nosotros. ¡Hasta me cae bien ese chico! Ahora era yo quien no paraba de reírme.
El tiempo de Dios es perfecto y nada pasa por casualidad, a cualquier edad debemos valorarnos y respetarnos. Esto lo aprendí con el paso de los años, así que cuando algo no se da como deseamos o esperamos, en lugar de quejarnos o culpar a los demás debemos preguntarle a Dios ¿de qué nos está cuidando cuando nos aleja de aquello que pensamos querer? Cuando se es joven es difícil entender tantas situaciones, y menos si no tienes en quien confiar, por eso apuesto a cuidar el corazón de mis hijos alimentando su fe a diario, demostrándoles amor y cariño, que se amen y se sientan amados les dará seguridad y confianza. Les hablo y les cuento sobre mi vida, mis experiencias, para un día se sientan cómodos al contarme las suyas.
En asuntos del amor a todos o a casi todos nos pasó, y lastimosamente sigue pasando, ponemos nuestra confianza en alguien y nos falla, o no somos correspondidos y al final no pasa nada, todo está bien, solo que tenemos caminos distintos. A esa edad somos inmaduros y son etapas que debemos pasar. Mientras tengamos una autoestima elevada y unos valores sólidos seremos capaces de superar cualquier obstáculo. Es así que cuando miramos al pasado sonreímos y agradecemos los momentos vividos.
Ruego a diario que mis hijos que me tengan la confianza para contarme, en su momento, sobre sus ilusiones, para escucharlos y apoyarlos.
Fue una tarde muy divertida, mi hija menor quería saber más, ¿Cuántos novios tuve?, pocos. Fui, soy muy selectiva y poco tolerable ante las mentiras y engaños de cualquier tipo. ¿Cómo fue cada relación?, cortas, hasta que conocí a su papá. Por cierto, que a él le costó enamorarme y demostrarme que era la persona por quien estaba esperando. Ellos conocen nuestra historia amor.
En fin, un cuento por día les dije, a medida que vayan creciendo les iré dando más detalles, por el momento nos quedamos con la primera ilusión.
Minnie.